Povero Verdi
En últimas fechas ha habido
cierta tendencia a destrozar escénicamente la Ópera. Para mala suerte del gran
Giuseppe Verdi (1813-1901) al ser sus obras muy conocidas, los directores de
escena toman provecho y hacen verdaderas barbaridades. No hablaré por ahora de
los destrozos que he atestiguado a lo largo de mi recorrido por los teatros de
Ópera.
Ayer, otra vez, hubo un
“Verdicidio” en Bellas Artes en la representación de una de las obras que
catapultó a Verdi a la fama. Me refiero a “Il Trovatore” (El Trovador), obra
estrenada en 1853 en Roma.
Voy de acuerdo: hay que
modernizar las puestas en escena y en algunos casos, adecuarlas para el gusto
de los actuales asistentes a los teatros, aunque esto signifique enormes
erogaciones a las compañías y el disgusto de algunos tradicionalistas
recalcitrantes y amantes de las escenografías de cartón-piedra. Pero el
trasladar la España del Siglo XV a una suerte de futuro post-apocalíptico
mezcla de Mad Max y Conan no es de ninguna manera aceptable. Vaya, hubiera
preferido que trasladaran la acción al Norte de México e hicieran al Conde de
Luna una especie de militar de élite y a Manrico un maleante dedicado al
trasiego de droga.
La escenografía sólo eran dos
tarimas con escaleras semicirculares y en una de ellas, había el tronco de un
árbol seco. Nada más. El vestuario fue
francamente mediocre, cayendo en los holanes para Leonora, los trajes militares
estilo steampunk para el Conde de Luna, Ferrando y sus tropas y harapos para
Azucena y Manrico. Fiasco total en esos aspectos. Mal el regista Mario Espinoza y la vestuarista
Jerildy Bosch. Muy mal.
En el ámbito musical, salí con un
sabor agridulce de la función. Aquí hay que hacer un paréntesis importante:
para el día 30 de Junio estaba programado el tenor Ramón Vargas para
interpretar el papel de Manrico. En el primer tercio del mes, el señor Vargas
hizo gala del profesionalismo que lo caracteriza cada vez que tiene que venir a
cantar a su país y simplemente canceló, arguyendo una operación de emergencia
en la rodilla. Esto fue motivo de burla en los círculos operísticos, ya que ha
habido casos de cantantes que han actuado en silla de ruedas en puestas en
escena (Joyce DiDonato, por mencionar la más conocida). Al quite entró el tenor
Italiano Walter Fraccaro que, supuestamente, iba a cubrir las funciones de
Vargas. Cual sería mi sopresa ayer en la tarde que quien cantó a Manrico no fue
Fraccaro sino el tenor mexicano José Luis Ordóñez, cambio anunciado hace unos
días y del cual no hubo mayor noticia. Ordoñez fue un Manrico de canto bonito,
aunque se quedó corto en volumen y en algunos agudos en los cuales se protegió
demasiado para evitar romper la nota o, como se dice vulgarmente, echarse un
gallo.
Su rival, el Conde de Luna, fue
interpretado magistralmente por el barítono mexicano Jorge Lagunes. Queridos
lectores, este señor literalmente se puede comer a otros barítonos verdianos de
mayor cartel como Hvorostovsky sin ningún problema. Voz gigante, bien
proyectada y sin afectaciones de respiración ni errores de emisión. Para él
fueron los bravos más fuertes de la tarde en especial después de la
dificilísima aria “Il balen del suo sorriso” del segundo acto. Chapeau!
La causa de la rivalidad más allá
de la política, Leonora, fue cantada por la soprano ¿americana? (en el programa
no se especifica) Joanna Paris. De emisión corta, vocecita metálica y a veces
muy estridente, puedo afirmar que no se sintió cómoda en el escenario de Bellas
Artes. Insegura en su canto, con pianissimi bonitos pero agudos gritados en el 4to
Acto. En ocasiones era cubierta por la orquesta de manera notoria, a veces
estática cual roca y a veces cual hamster que bebió café. Un “Trovatore” con
poca Leonora es un “Trovatore” a medias y el de ayer lo fue en este aspecto.
En contraparte, la mezzosoprano
brasileña Edinéia de Oliveiras bordó de una forma total el personaje de la
gitana Azucena, pasando con gran técnica y bella proyección vocal por todos los
registros. Lo que no me gustó fue que en el tercer acto, los hombres del conde
de Luna literalmente la jalonearon cuando estaba cantando, provocando fallas
notables en su canto. No fue por falta de técnica sino por exceso de actuación
de los figurantes.
El último personaje importante,
Ferrando, fue interpretado por el bajo español Rubén Amoretti. Salió avante en
su narración del primer acto y en su participación del tercero. Sin lucir en
demasía pero con potencia vocal notoria.
Puedo asegurar que los
comprimarios (Sandra Maliká como Inés, Gilberto Amaro como Ruiz, Roberto Aznar
como el gitano y Alejandro Coreño como el mensajero) tuvieron participaciones
destacadas a pesar de lo corto de sus papeles.
La dirección musical estuvo a
cargo del Italino Federico Santi el cual metió en cintura a los estruendosos
metales de la Orquesta del Teatro de Bellas artes, pero no al percusionista
encargado de los timbales que los hizo sonar cual si fueran batería de banda de
Death Metal. A veces era tan fuerte el sonido que literalmente opacaba a los
demás instrumentos. El coro, esta ocasión encomendado a Jorge Alejandro Suárez.
Participación decorosa, muy decorosa. Sobre todo del coro de monjas en el
segundo acto.
Reitero que esta producción de Il
Trovatore me deja con un sabor agridulce por varios motivos: los enroques que
se hicieron al cancelar Vargas, la pésima elección de una soprano con una voz
pequeñita y que en otros tiempos no cantaría ni la Annina de “La Traviata” y
una puesta en escena completamente fuera de lugar. Le damos 3 estrellas y media
de 5 posibles. Y eso porque Lagunes, De Oliveiras y Ordoñez sacaron la casta.
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