viernes, 5 de julio de 2013

No es una prenda, no es moda, es una declaración...

Little Black Dress

¿Qué haríamos sin el negro? Las propiedades que este color nos proporciona son infinitas. Es elegante, sobrio, la mayoría de las veces tiene la capacidad de estilizar la figura de quien lo viste, combina con todo y los demás colores se perciben bien a su lado. El negro, en definitiva, es un clásico y es el color protagonista en cualquier guardarropa.

La industria de la moda es efímera. En un instante las prendas, las formas y los colores tienen que reinventarse y presentar nuevas propuestas, que casualmente ya se habían visto antes. La moda es un ir y venir, una adaptación al contexto y al mercado global. Sin embargo, hay ciertos parámetros que se mantienen constantes ¾para fortuna de muchos¾, y el negro entra en esta categoría.

La historia del negro en las prendas no tuvo un buen inicio: el colorante no se mantenía en los textiles, la ropa lucía deslavada y las fibras se maltrataban con facilidad. Fue a mediados del siglo XIX cuando el negro paso de ser un color representativo de las clases altas a un color generalizado, además que el avance en la industria química permitió encontrar tintes mucho más duraderos. Pero el negro vio la luz un siglo más tarde, cuando la grandiosa Coco Chanel tuvo a bien dotarlo de características más específicas: un estilo elegante y sencillo.

El legado que Coco Chanel otorgó al mundo de la moda radica en su creatividad y en su visión innovadora y revolucionaria. Desde pequeña su vida siempre tuvo cierta fatalidad. La muerte de su madre, el abandono de su padre, un aborto y su consecuente esterilidad, el suicidio de su hermana, el accidente mortal de su gran amor, tormentosos enredos amorosos y una muerte extraña. Pero el éxito laboral no fue opacado por estas vivencias. Coco creó una de las empresas más sobresalientes en la industria de la moda: “Chanel”. Inició con un negocio de sombreros, introdujo al mercado prendas como el jersey y pantalones de satín blanco, creó una fragancia que se distinguió del resto y su casa de moda de alta costura se internacionalizó. Pero sin duda la creación más sobresaliente, aún en la actualidad, es su “Petite Robe Noire”, popularizado como “Little Black Dress” (LBD).

El ‘vestidito’ negro de Chanel fue la revelación de la moda en la década de los 20. Los conceptos de feminidad y de cómo una mujer debía vestirse cambiaron avasalladoramente. La mujer en esa época participó de forma activa y su vestimenta debía responder a ello. Coco Chanel creó una silueta cómoda, sencilla, con movimiento y con mucha distinción, además que el corte del vestido rebasaba las rodillas. El color elegido, que podría representar estas características, fue el negro ¾cabe destacar que el negro fue un color estigmatizado y asociado con el luto, jamás pensado para portarse diariamente¾. Fue en el año de 1926 que el básico indispensable que toda mujer debe tener, pasaría a la historia. Ejemplos de LBD hay a montones, pero el más significativo es el Gyvenchi que Audrey Hepburn portó para la película Breakfast at Tiffany’s.

El LBD ha marcado una tendencia en la moda, y aunque es un elemento pensado para la mujer, el color negro es el estelar. El negro siempre está de moda, es atemporal, se ve bien en hombres y mujeres, y es pulcro.

Las marcas de moda crean estrategias a su alrededor: saben que es un color que, generalmente, sienta bien a todas las personas y que, por consiguiente, proporcionará más ventas. Temporada tras temporada, el negro es recurrente en pasarelas y en editoriales de moda. Pero lo más importante es que el negro marca un estatus de estilo y sofisticación que ningún otro color ha logrado.

Victor Mendez
Locomotora Co.

lunes, 1 de julio de 2013

Y siguen destrozando las Óperas de Verdi

Povero Verdi

En últimas fechas ha habido cierta tendencia a destrozar escénicamente la Ópera. Para mala suerte del gran Giuseppe Verdi (1813-1901) al ser sus obras muy conocidas, los directores de escena toman provecho y hacen verdaderas barbaridades. No hablaré por ahora de los destrozos que he atestiguado a lo largo de mi recorrido por los teatros de Ópera.
Ayer, otra vez, hubo un “Verdicidio” en Bellas Artes en la representación de una de las obras que catapultó a Verdi a la fama. Me refiero a “Il Trovatore” (El Trovador), obra estrenada en 1853 en Roma.
Voy de acuerdo: hay que modernizar las puestas en escena y en algunos casos, adecuarlas para el gusto de los actuales asistentes a los teatros, aunque esto signifique enormes erogaciones a las compañías y el disgusto de algunos tradicionalistas recalcitrantes y amantes de las escenografías de cartón-piedra. Pero el trasladar la España del Siglo XV a una suerte de futuro post-apocalíptico mezcla de Mad Max y Conan no es de ninguna manera aceptable. Vaya, hubiera preferido que trasladaran la acción al Norte de México e hicieran al Conde de Luna una especie de militar de élite y a Manrico un maleante dedicado al trasiego de droga.
La escenografía sólo eran dos tarimas con escaleras semicirculares y en una de ellas, había el tronco de un árbol seco. Nada más.  El vestuario fue francamente mediocre, cayendo en los holanes para Leonora, los trajes militares estilo steampunk para el Conde de Luna, Ferrando y sus tropas y harapos para Azucena y Manrico. Fiasco total en esos aspectos. Mal  el regista Mario Espinoza y la vestuarista Jerildy Bosch. Muy mal.
En el ámbito musical, salí con un sabor agridulce de la función. Aquí hay que hacer un paréntesis importante: para el día 30 de Junio estaba programado el tenor Ramón Vargas para interpretar el papel de Manrico. En el primer tercio del mes, el señor Vargas hizo gala del profesionalismo que lo caracteriza cada vez que tiene que venir a cantar a su país y simplemente canceló, arguyendo una operación de emergencia en la rodilla. Esto fue motivo de burla en los círculos operísticos, ya que ha habido casos de cantantes que han actuado en silla de ruedas en puestas en escena (Joyce DiDonato, por mencionar la más conocida). Al quite entró el tenor Italiano Walter Fraccaro que, supuestamente, iba a cubrir las funciones de Vargas. Cual sería mi sopresa ayer en la tarde que quien cantó a Manrico no fue Fraccaro sino el tenor mexicano José Luis Ordóñez, cambio anunciado hace unos días y del cual no hubo mayor noticia. Ordoñez fue un Manrico de canto bonito, aunque se quedó corto en volumen y en algunos agudos en los cuales se protegió demasiado para evitar romper la nota o, como se dice vulgarmente, echarse un gallo.
Su rival, el Conde de Luna, fue interpretado magistralmente por el barítono mexicano Jorge Lagunes. Queridos lectores, este señor literalmente se puede comer a otros barítonos verdianos de mayor cartel como Hvorostovsky sin ningún problema. Voz gigante, bien proyectada y sin afectaciones de respiración ni errores de emisión. Para él fueron los bravos más fuertes de la tarde en especial después de la dificilísima aria “Il balen del suo sorriso” del segundo acto. Chapeau!
La causa de la rivalidad más allá de la política, Leonora, fue cantada por la soprano ¿americana? (en el programa no se especifica) Joanna Paris. De emisión corta, vocecita metálica y a veces muy estridente, puedo afirmar que no se sintió cómoda en el escenario de Bellas Artes. Insegura en su canto, con pianissimi bonitos pero agudos gritados en el 4to Acto. En ocasiones era cubierta por la orquesta de manera notoria, a veces estática cual roca y a veces cual hamster que bebió café. Un “Trovatore” con poca Leonora es un “Trovatore” a medias y el de ayer lo fue en este aspecto.
En contraparte, la mezzosoprano brasileña Edinéia de Oliveiras bordó de una forma total el personaje de la gitana Azucena, pasando con gran técnica y bella proyección vocal por todos los registros. Lo que no me gustó fue que en el tercer acto, los hombres del conde de Luna literalmente la jalonearon cuando estaba cantando, provocando fallas notables en su canto. No fue por falta de técnica sino por exceso de actuación de los figurantes.
El último personaje importante, Ferrando, fue interpretado por el bajo español Rubén Amoretti. Salió avante en su narración del primer acto y en su participación del tercero. Sin lucir en demasía pero con potencia vocal notoria.
Puedo asegurar que los comprimarios (Sandra Maliká como Inés, Gilberto Amaro como Ruiz, Roberto Aznar como el gitano y Alejandro Coreño como el mensajero) tuvieron participaciones destacadas a pesar de lo corto de sus papeles.
La dirección musical estuvo a cargo del Italino Federico Santi el cual metió en cintura a los estruendosos metales de la Orquesta del Teatro de Bellas artes, pero no al percusionista encargado de los timbales que los hizo sonar cual si fueran batería de banda de Death Metal. A veces era tan fuerte el sonido que literalmente opacaba a los demás instrumentos. El coro, esta ocasión encomendado a Jorge Alejandro Suárez. Participación decorosa, muy decorosa. Sobre todo del coro de monjas en el segundo acto.

Reitero que esta producción de Il Trovatore me deja con un sabor agridulce por varios motivos: los enroques que se hicieron al cancelar Vargas, la pésima elección de una soprano con una voz pequeñita y que en otros tiempos no cantaría ni la Annina de “La Traviata” y una puesta en escena completamente fuera de lugar. Le damos 3 estrellas y media de 5 posibles. Y eso porque Lagunes, De Oliveiras y Ordoñez sacaron la casta.